martes, noviembre 14, 2006

Las debilidades de Dios.

Gordo, o Gordito, como le decía su mamá, era un joven ordenado y responsable. Tal vez demasiado para su edad. Desde niño fue muy compuestito. Siempre con la camisa adentro de los pantalones y preocupado de que la ropa le aviniera en colores y texturas. Ya desde pequeño preguntaba ¿conviene o no Papa?

De conformidad con los cánones de la época, la sociedad y las tradiciones de la familia, estudió en un colegio de curas católicos, sólo para hombres. Allí se formó y adquirió las principales características de su vida adulta, incluyendo los traumas y taras con las mujeres y un exacerbado sentido de la responsabilidad.

Evidentemente, entre las enseñanzas principales estuvo el amor y el temor a Dios; más un respeto subyugante por la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Cumplía todos los sacramentos con rigor y disciplina. Misa semanal segura. Tuvo muchas dudas cuando se reconoció como válida la misa de los sábados por la tarde. Prefería la “oficial”, la que le habían inculcado como obligatoria; la del domingo por la mañana.

Su devoción por la divinidad y su institucionalidad sólo aumentó con el paso de los años. Solicitó ser monaguillo. Se trataba de un colegio y una congregación de origen estadounidense, donde las reglas eran más laxas que en sus equivalentes españoles o italianos. Su petición fue aceptada sin mucha complicación. No tuvo que realizar clases o cursos especiales. Se presumía que su asistencia regular a misa le había hecho aprender las etapas de la ceremonia y la labor que debía realizar un acólito.

Simplemente, un jueves cualquiera el cura John le dijo, ¡Hoy te toca! Y lo cubrieron con las vestiduras del caso. Fue precisamente la ropa, su primer conflicto intelectual con la Iglesia. Le daba calor. ¡Mucho calor! En la parte superior del cuerpo vestía la camiseta, luego la camisa blanca, la corbata del Colegio, la chaqueta del uniforme y el horrible guardapolvo café. Sobre todo ello debía vestir los diversos camisones de los sacristanes, en su versión clásica. Auque pidió librarse de parte de la indumentaria, la respuesta fue ¡no, porque así debe ser! Habían pasado sólo unos pocos años desde la última revolución católica, el Concilio Vaticano II.

En la época de esta historia, su mayor pecado era comerse los restos no benditos de las hostias de misa con dulce de leche. Como se sabe, las hostias -pequeñas y grandes- venían en planchas pre-picadas, de las que había que desprender los emblemas de la eucaristía. Con frecuencia, en el proceso de separación, la plancha se quebraba y había que botar grandes secciones. En esas ocasiones, el gordo, en lugar de tirarlas, las untaba con dulce de leche y las engullía rapidamente. En cada evento se sometía a la ignominia liberalizadora de la confesión. La pregunta típica era si la rotura había sido intencional o no. Muchas veces había sido “sin querer, queriendo”. Luego de algunos Padre Nuestros y equivalentes la deuda quedaba saldada… hasta la próxima vez.

Y así la adolescencia continuó. Entre estudios, oraciones, trabajo de sacristía, partidos de fútbol, misas, música rock, hablar del sexo opuesto, sentirse muy hombre cuando su mirada era contestada en una fiesta y pensar en los perros. Sí, el gordo tenía pánico a los perros.

Vivía traumatizado. Había sido mordido en innumerables ocasiones por diversos tipos y tamaños de canes. Iban desde las mascotas de amigos y parientes hasta los sufridos callejeros, sin dueño aparente. En los perros todo era un trauma. La dolorosa mordida, las agudas inyecciones antirrábicas en el estómago y las curaciones de las heridas. Pero lo más pavoroso era el terror que provocaba el incidente mismo. La impotencia frente a la furia del animal; la adrenalina que impedía percibir el dolor; las diferencias de fuerzas entre el humano débil y la fiera que concentra sus energías primitivas en un hocico salivoso y sanguinolento. Cada incidente le impedía dormir por varias noches. Soñaba con las típicas frases de los dueños, ¡No te preocupes! ¡No hace nada! ¡Está entrenado! ¡Nunca ha mordido a nadie! ¡Está jugando! Y pelotudeses similares. Deliraba con el hedor que el forcejeo secretaba; esa mezcla de transpiración, adrenalina, dulzor de sangre fresca, baba y pelaje mojado. Tenía pesadillas con el médico indolente y la gigantesca aguja acercándose al ombligo. En fin, fantaseaba con un mundo sin perros.

Al despertar por la mañana, cruzaba los dedos para no encontrarse con un sabueso en la calle. Si los veía, atravesaba a la vereda de enfrente o simplemente deshacía el camino recorrido. Cuando era inevitable apretaba los puños y fingía como si no nada pasara. Cara al frente, mirando sólo de reojo al feroz animal. Todos -por definición- eran atroces, sanguinarios y enemigos. Lo que no sabía el joven Gordo es que el miedo humano hace secretar un olor que pone frenéticos a los perros. Es un círculo vicioso. Miedo, seguido de ataque; más miedo y más ataques.

Un día, luego de un incidente sin consecuencias mayores, salvo el susto, decidió enfrentar su situación. En la oscuridad y tranquilidad de la noche conversó con Dios. Llegó a un acuerdo con Él. El Gordo sería mejor cristiano aún, con más rezos, más y mejores buenas obras. Ello, a cambio de que no hubiese ulteriores agresiones de los asesinos. En su mente infantil, esa noche hubo un compromiso, un contrato, entre Dios y él.

Pasaron los días hasta que en una fecha cualquiera lo mandaron a comprar pan. Sabía que tenía que pasar frente a una casa que mantenía la puerta abierta y donde habitaba un perro cruel. Para no tentar la suerte y no extremar el pacto, utilizó el camino largo y la vereda opuesta a la de la bestia. Caminaba tenso, pero confiado. Mal que mal tenía un convenio con el Señor de los Cielos. La casa fatídica desapareció del rabillo del ojo. Había pasado lo peor. Todo indicaba que Dios había cumplido su parte y la angustia comenzó a disminuir ¡Ladridos! Mira hacia el lado que quería evitar y ve un animal enfurecido abalanzándose hacia él. Corrió desesperadamente, volteó la cabeza y el galgo seguía su frenética carrera. Corrió más rápido, pero la bestia le dio alcance y se colgó en su muslo derecho, a modo de presa.

Luego, lo típico. Golpes desesperados, movimientos histéricos, gritos destemplados y al cabo de algunos segundos (siglos) el bruto se desprende y se mantiene distancia suficiente como para no recibir las furibundas patadas del Gordo. Ladra, gruñe, aulla, pero mantiene su distancia. Sólo en ese instante el Gordo supo que se había salvado de algo aún más dramático. Miró para todos los lados en busca de una piedra, un palo o cualquier arma que le diera algún grado de seguridad. No lo encontró, pero continuó tratando de mantener la compostura. Sin dejar de mirar al perro recomenzó su andar, sin correr, en dirección cualquiera. Su único objetivo en la vida era aumentar el espacio entre él y el perro. Éste continuaba ladrando y la persecución continuó hasta que la distancia comenzó a espaciarse. En ese momento él –con la experiencia de ocasiones anteriores- comprendió que estaba a salvo. Sólo en ese instante sintió el dolor en su pierna, el calor de la sangre fluir y ese maldito olor, tan característico de este tipo de asaltos.

Unas cuadras más adelante y cuando la adrenalina había dejado de emanar, echó un vistazo en el desgarrón de su pierna. Alzó su mirada al cielo preguntando por qué?.. Él había cumplido a cabalidad su parte del trato..... Dios no.

Hoy, Gordo..o Gordito es mayor y un ateo militante, mas que un catolico practicante..

MIRKO

12 comentarios:

indianala dijo...

Increìble relato MIRKO... esto me hizo recordar las veces que ponemos a prueba a Dios... facil e irresponsablemente, lo hacemos artifice de nuestros temores, fracasos y devenires de la vida. No se si sera asi .
Pero todo es cuestion de FE...y cada vez queda menos.

Gracias.
Abrazo grande.

Guauuuu!! guauuu!! al gordito :P

indianala.

Anónimo dijo...

Dios no tiene la culpa digo yo...

El simplemente nos puso en este mundo, nos dijo "miren haber que hacen con sus vidas" y se sento a jugar ajedrez con el Diablo, de vez en cuando lee los periodicos para enterarse de como van las cosas en la tierra y sigue su vida tranquila.

Somos nosotros mismos los que nos buscanmos los líos... No ser capaces de afrontar nuestros miedos. La vida nunca nos pone pruebas que no seamos capaces de superar.

No hay situaciones imposibles sino humanos incapaces.

Abrazos.

Gonzalo Villar Bordones dijo...

mmmmmm, no es una buena razón para ser ateo.

te miro entre perros y gatos.

te abrazo en medio de la lluvia.

cieloazzul dijo...

vaya amiga...
éste relato me ha hecho recordar mi batalla con un perrito maricón que me mordío la entre pierna!!!y yo que era una niña!!!
muchos besos querida amiga... me encantó leerte...

Anónimo dijo...

Muy buen cuento/historia.
Asi como no creo que el cielo será solamente de los que se reunan en una Iglesia,tampoco acepto la noción de que un pacto,arreglo o promesa con Dios sea la solución para todos nuestros problemas.
Pero si nos ayuda el tener fé en nosotros mismos.
Huy...me parece que me fuí del tópico....

Polux dijo...

dios, va y viene.
la fe no.
Saludos

crean

aletniuq dijo...

Cada uno se va haciendo camino...cada uno de nosotros mismos nos ponemos muchas veces obstáculos...pero no hay imposibles para vencerlos...
Saludos y abrazos...

Gaby del Río dijo...

Es cierto, de pronto pones en duda su existencia y poner una prueba.. vivímos de la fe y esperanza, eso creo...
Un beso!
:)

MORGANA dijo...

Es por esto que no puedes dejar tu vida en manos de dios, no me fio nada.
Dulce de leche¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Muchos besos.

SÓLO EL AMOR ES REAL dijo...

jajajaja....Si....el error es hacer pactos con un Dios que vive afuera de tí...

Beso,

Isaac

Anónimo dijo...

El que cree en Dios tambien cree en el inombrable, asi que si sabes y confias en un dios , lo buscas , te acercas y te sientes confiado en que el está contigo , es seguro que esté a tu lado pero igual el inombrable tratará de atacarte más de hacerte dudar, de provocar circunstancias que te aparten de ese Dios creador... cuando llega la verdadera prueba de fé solo los que la tienen como parte o como convicción se dan cuenta que ese dios NO FALLA.
Analisemos: El gordis quedó inválido? R= NO
El gordis Murió?= No
Le digo al gordis que las lecciones existen para eso: para vivirlas y aprender que no queremos volver a experimentar algo similar. Que dios no permitió que le quitaran su vida que no permitió que le dejaran inválido , que hay esencias que se pueden aplastar por momentos duros, pero no se borran, solo se readapatan a la realidad aprendida, a lo que nos enseñó la dura lección reciente que tuvimos que vivir, pero cuando vuelvo a sentirtme bien, seguro, adivina qué partes serán las que nuevamente saldrán a flote y se mostrarán?... las que siempre fueron mias. Nadie me las quita, ni siquiera los peores choques con la vida. Quizas queden opacadas, insisto, pero mi punto de vista es que se pueden recuperar, con un trabajo arduo.
Hay que tener la perseverancia a pesar de sentirnos por momentos casi perdidos... el arcoiris esta al final de cada tormenta, solo hay que saber pasarla.
Descubrir lo que realmente podría calmarnos no siempre es lo más sencillo, es más: pertenece a valientes, porque son personas que se amarran los pantalones en serio consigo mismas, y se imponen a pesar del sufrimiento, encarar esos fantasmas ocultos dentro suyo, descubrir las causas de tanto vacío o dudas, buscarle sentido a esas vivencias a veces tan extrañas.

El Sabio Ve El Mal De Lejos Y Se APARTA.
Saludos y un placer.

Byron Ronquillo Narváez dijo...

Aquel niño tenía que perder el miedo a los perros, aprender a no correr a sus problemas porque te van a seguir con más fuerza, Dios nos da esta vida con todas sus bellezas y todas las atrosidades chantajearlo en realidad no es opción.

Saludos