miércoles, mayo 24, 2006

Eros



RAFAEL ARGULLOL
El cazador de instantes
(Fragmento)

Del libro El cazador de instantes, Cuaderno de travesía 1990-1995 / Rafael Argullol (Ediciones Destino, Barcelona 1996)

Me parece acertado pensar que el deseo del otro es búsqueda de uno mismo. Pero también a la inversa es cierto: conocerse no es un ejercicio solipsista sino, más bien, un vuelco hacia una indagación que implica el peligro y la fascinación de lo desconocido. Es, en el sentido etimológico, un ponerse a la ventura, una aventura en la que, corriendo los riesgos del fracaso, quiere ganarse el mundo. Y precisamente es en la realización, y quizá en la culminación de esta aventura, cuando se yuxtaponen el deseo del otro y el conocimiento propio en un mágico sentimiento de unidad: ese exclusivo sentimiento que, al integrar la ilusión de que han desaparecido las escisiones de la vida nos hace participar de una unidad superior y nos sugiere que hemos penetrado en el corazón del enigma.
.................................................................................
De ahí que todos los caminos de eros conduzcan, en última instancia, al camino del amor sensual. En la aventura del amor sensual se concentran, o pueden concentrarse, las otras aventuras de eros: el cuerpo se pone a prueba, se prolonga, se contrasta. El viaje hacia el otro es esa confrontación con lo desconocido que nos sugiere la posibilidad de conocernos. La atracción, la seducción, la sexualidad, las diversas vertientes del amor sensual actúan en esta dirección. Es inútil, creo, tratar de dar definiciones aisladas de estas vertientes pues están sujetas a una continua metamorfosis. Son siempre iguales pero también siempre distintas. Lo decisivo es que aparezca el gran hechizo de eros: la distorsión temporal, la creación de otro tiempo, la germinación del propio mito.
.....................................................................................

Eros, por tanto, implica atracción pero, por encima de todo, eros es el gran transfigurador del tiempo. Desde los inicios de la cultura el juego más serio al que se han dedicado los hombres es preguntarse acerca de la naturaleza de lo erótico. Mi respuesta es: su naturaleza es la transfiguración del tiempo humano. Cuando vivimos al margen de su influjo vivimos en el seno de una edad de bronce, sujetos férreamente a la cadena temporal, y en la que todos nuestros actos están abocados a ser materia de olvido. Por el contrario, únicamente bajo su influjo se tejen nuestros momentos áureos, nuestra edad de oro, aquella que nutre la memoria y, consecuentemente, da verdad a la vida.

No hay comentarios.: